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L’esprit de l’escalier



          Imagina que estás discutiendo con alguien. No, no sólo "alguien", con una persona que se haya ganado tu más absoluto y rotundo desprecio. Alguien con una retórica e ingenio bien agudos, nada fácil de hacer callar en un debate. Lanza un argumento, tú respondes con otro, y así hasta que la tensión traspasa el simple tema de conversación. Llega un punto en el que tu adversario deja colar un leve, pero efectivo insulto cargado de sarcasmo, como un dardo venenoso, certero y directo a tu torrente sanguíneo. Tu ira crece, quieres liberarla, piensas en responder, pero nada pasa. Te quedas en blanco, mascullas cualquier respuesta y procuras salir de allí lo más pronto posible.

          Sales del sitio de la discusión, empiezas a bajar las escaleras y repentinamente ahí está. La respuesta que hubiese hecho callar a tu contrincante a mitad de la acalorada discusión, como vuelta a tu mente por intervención de un espíritu, el mismo que se encargó de bloquearla mientras podías haberla usado en tu defensa. Ahora ya no importa, el ganador fue el más rápido en la conversación. Te sientes culpable por no haberlo pensado antes, por no reaccionar cuando era necesario, pero ya no hay más que hacer. En su lugar, tratas de salir de allí sin hacer ruido y con la dignidad lo más intacta posible.



          Esto te debe sonar bastante familiar, y se le conoce como "l'esprit de l'escalier" (el ingenio de las escaleras). Es esa sensación de "tenía que haber dicho eso" y "¿Por qué no se me ocurrió antes?" que experimentas luego de una discusión, situación de tensión o hasta después de una ronda de Stop. Me pareció curioso escribir acerca de esto, porque soy una de las primeras víctimas del espíritu. He perdido muchísimas batallas verbales desde que estoy en el colegio hasta hoy, siempre me acuerdo de algo importante luego de terminar la exposición, y siempre, pero siempre, se me ocurren los mejores insultos después de la confrontación. Definitivamente, no fui bendecida con la fluidez del lenguaje.

          Suertudos los que pueden dar réplica inmediata a cualquier cosa, tienen algún atajo entre el cerebro y la boca que deja salir los comentarios más pertinentes a una velocidad impresionante.

          Sé que probablemente se me ocurra algo bueno que escribir después de haber presionado el botón de "Publicar", pero por esta vez, prefiero no cambiar nada.

De frustraciones y escritura

Una de las causas de mi estrés en los últimos meses ha sido este blog. La necesidad de postear mientras estuve bloqueada fue muy grande, y creo que me hacía estresar más. Ya saben, eso que llaman "círculo vicioso". He estado bastante frustrada con mi escritura en general, siento que no avanzo, que no logro nada, que necesito algo más, no sé qué, pero algo que me haga darme cuenta de qué es lo que está mal, qué áreas necesito fortalecer o qué ejercicios pueden ayudarme. Tal vez el semestre que viene mejore, y deje de escuchar cosas como "yo no quiero que de aquí salga ningún Cortázar" en mis clases de redacción. Porque yo sí quiero, aunque nunca sea como Cortázar, pero quiero ser Mariela, encontrar ese estilo que me caracterice, que alguien lea algo mío y no le parezca plano, aburrido y sin esencia, o simplemente otro aficionado tipo 3.



Quiero escribir, pero con alma... Nada de esos remedos de historias que se me ocurren a veces.

I'm the hero of the story, 
don't need to be saved. 
Hero - Regina Spektor 


El humo del cigarrillo hizo una espiral muy breve antes de desaparecer con la brisa. Diana se encontró deseando ser como esa fina nube: revolotear en el aire y perderse en él. Al menos sería una forma rápida y ligera de acabarla.
Sí, el humo la tenía más fácil que ella.
No suspiró, aunque hubiese querido hacerlo, ella no era de las que suspiran por los rincones —o balcones—. Se recostó de la baranda del café-mirador, y en vez de mirar el paisaje, se giró hacia él, a su lado, y le dio la mejor sonrisa que pudo.
—Te me vas, flaco —soltó ella con voz tensa, sólo por tener algo para decir, y volvió la vista al horizonte, al cielo, a las nubes, a lo que sea.
—Un año, tampoco es toda la vida —objetó con una sonrisa que ella no alcanzó a ver.
—Se dice tan fácil —protestó, pero recordó que no quería pelear, no ahora—... Te voy a extrañar demasiado.
—Yo también —concedió Sergio por un momento, para luego volver a explayarse en los detalles de su viaje y de las oportunidades que había en Europa para alguien joven. Oportunidades que él parecía dispuesto a aceptar sin parpadear, sin siquiera pensar en su familia, en sus amigos, en ella, sobre todo en ella.
Eres una egoísta, Diana. Es su futuro, deberías ser la novia orgullosa. Se debatía mentalmente entre las posibilidades de dejarlo ir o manipularlo de las formas más bajas existentes para que se quedara.
—Tu familia te está esperando allá afuera, deberías salir. Yo me quedo aquí, no creo que me contenga si veo a tu mamá llorando —y le sonrió con los ojos brillosos.
—Te amo —dijo él antes de besarla como despedida, un beso pausado, impregnado de dulzura y tristeza, aceptando de a poco que debía renunciar a él, porque no le pertenecía.
—Yo te amo más —contestó abrazándolo con la mitad de sus fuerzas, la otra mitad concentrándose en no llorar por la certeza de la última frase. Nunca creyó que fuera cierto eso de que el amor no es totalmente correspondido, nunca se sintió menos correspondida por nadie, o tal vez nunca quiso verlo. Apretó fuerte la tela de la chaqueta de Sergio, no quería dejarlo ir, todavía una pequeña parte de su cerebro pensaba en la forma de amenazarlo con suicidarse, de gritarle todos los insultos que supiera o de llorar hasta desfallecer. Se conformó con poder besarlo un rato más.
Un par de besos después, caminaba Sergio fuera del café. Se despidió con una sonrisa triste y se perdió de vista entre el tumulto de gente.
Un café más tarde, las lágrimas se mezclaban con el delineador favorito de Diana…
Encendió otro cigarrillo —el quinto de la tarde— con la mirada fija en el horizonte, donde un avión se perdía de vista. La primera bocanada de humo hizo una espiral muy breve antes de desaparecer con la brisa, y Diana se encontró deseando ser como esa fina nube: revolotear en el aire y perderse en él.
Sí, el humo la tenía mucho más fácil que ella.




Nota: los aeropuertos (y las despedidas) son un lugar común, pero tenía que escribirlo.

Historia real del día

Esto me pasó hoy, hace menos de dos horas. Apenas llegué a casa de la universidad y tuve la necesidad de sentarme a escribir, por impotencia, por rabia, para hacer catarsis y soltar un poco mis miedos. A veces necesito que alguien me diga que estoy siendo paranoica para poder conservar las esperanzas:

Me detuve frente al jeep de la línea, de los que suben hasta mi casa, examinando el interior en busca de un asiento. Para ser el primer día de clases quedé bastante cansada, todo lo que quería era llegar a casa y darme un baño, para sacudirme las malas vibras (que según yo, se pegan) y el ambiente pesado de Caracas.

-Este lado está ocupado, completo -informó una mujer en tono algo hosco para mi gusto, refiriéndose a la fila izquierda del colectivo. No protesté y me subí del lado derecho. Dí las buenas tardes, aunque nadie las contestara y esperé que el carro arrancara, no sin antes fijarme en la fila de asientos de la izquierda, que ahora tenía de frente, donde la mujer, a la que le calculo unos 45 años, iba con un par de niños de tal vez 3 y 5 años de edad, no más que eso. Después de los niños, un par de maletas llenas de yo no se qué, y al otro lado de la señora, pegada a la puerta, una muchacha joven que la acompañaba. Ellos habían ocupado toda la fila, así que, por descontado, estaban todos juntos. 

La unidad destartalada arrancó con calma, y en la fila de enfrente, la muchacha que iba pegada a la puerta protestó: "La vieja aquella se arrechó porque ocupamos toda la fila". Hablaba de una mujer que seguía esperando en la cola de la parada. La señora, a su lado, torció el gesto antes de responder: "¡Pues por mí, que se vaya a mamar una carretilla!". Suficiente molestia me produjo, por el par de niños que escuchaban, como para sacarle algo de conversación a una vecinita que viajaba a mi lado, y no tener que oír la sarta de vulgaridades que escupía aquella señora en público. Deseé poder ponerme los audífonos, y lo habría hecho, si en ese instante no estuviera hablando con mi vecina y me pareciera casi una grosería ignorar lo que me estaba diciendo. 

A la mitad de mi charla con la muchachita acerca de una solicitud de amistad en internet, uno de los niños, el más pequeño, empezó a llorar por algo, a lo que la señora de enfrente no encontró otra alternativa que un golpe certero a la cabeza del niño y oprimirlo hacia abajo en el asiento, de forma tan violenta que sentí la necesidad de protestar, pero me mordi la lengua.

El niño chilló de nuevo, y no se hizo esperar otro golpe en la cabeza, acompañado esta vez de la frase "¡Cállate! ... La mamá tuya se quedó en la calle, con un macho". Juro haber escuchado un par de risitas bajas de los otros pasajeros, disimuladas, como disfrutando de algo en secreto, y creo haber comprendido todo en ese instante. Cada golpe propinado al niño, cada insulto, cada vulgaridad, iban cargados de un resentimiento tan profundo, de una amargura por la vida, que supuse haber visto en ella el rencor que dejan los sueños rotos. 

"¿Será que el niño tiene la culpa? Que arrechera. Ojalá que no se vuelva como ella cuando crezca". Fue lo que pensé mientras me bajaba en mi parada.
Noche de un día que fue tan normal como los demás. Yo suspiro frente al teclado que tantas cosas me ha hecho decir, pero que ya por estos días no ve ni la sombra de aquellas palabras bonitas. Tecleo un par de verbos sin demasiado sentido, o tal vez coherentes, pero vacíos de sentimientos, del alma que lleva impreso cada escrito. Y no son más que letras huecas, que al fin y al cabo poco me importan, pero que no dejan de mortificarme, porque esta ya no soy yo.

Me hablan, respondo, con el desánimo transparentándose en cada sílaba, pero nadie parece notarlo porque a nadie le importa. Mi cabeza vuelve a martillar con el incesante dolor de cabeza que se viene haciendo costumbre, y vuelvo a beber otro trago, con la esperanza de mitigarlo y de callar el siguiente suspiro que quiere escapar de mis labios.

Rosas

Caían los rayos del sol, intensos, cegadores, típicos de una tarde de verano en Vargas. Pocos transeúntes se veían a lo largo de la calle, andando a paso rápido, huyendo del calor al que sólo una suave brisa le daba batalla. 

Todo a su alrededor estudió ella, con la paciencia casi al borde de la inexistencia, para aguantar la voluntad de esperar a su amiga, quien ya pasaba los quince minutos de retraso. Miradas extrañadas, curiosas y hasta hostiles recibió allí, en el campus de una universidad que no era la suya. En este campus reinaba el orden y la disciplina, por sobre todas las cosas, no había demasiado espacio para la espontaneidad ni las opiniones, e inclusive las personalidades se escondían tras un mismo uniforme. El rango hacía el poder, y el camino la voluntad para pisotear con gusto al que está por debajo. El ambiente de rigidez que se respiraba la hacía querer salir de ese sitio lo más pronto posible.

Lanzaba miradas frecuentes a la entrada, el pie derecho repiqueteaba con una cadencia cada vez más rápida sobre el cemento. Refunfuñó un par de palabras por lo bajo, definitivamente, no estaba de buen humor.

Otro vistazo a la entrada captó su atención: un muchacho, estudiante, a juzgar por el uniforme, sonreía con un matiz peculiar, el mismo del que se tiñen las ilusiones y los ideales románticos, mientras sostenía en las manos un modesto ramo con 4 rosas: tres blancas, pequeñas, y una roja en el centro, rodeadas con flores más pequeñas de diferentes colores como complemento. Ella se distrajo lo suficiente en la expresión del muchacho para no notar a la joven que caminaba hacia él, con sonrisa y mirada igual de brillantes, sorprendida por el gesto inesperado del muchacho. La pareja se abrazó en un momento muy dulce, y hasta ella, en su estado de agitación y mal humor, tuvo que enternecerse. La muchacha tomó las rosas en una mano con delicadeza, y se acercó para dejar un beso en los labios de él. Ella sintió la necesidad de mirar hacia otro lado, para no interferir con la intimidad y ternura del momento, aunque también con la imperiosa necesidad de no sentir envidia hacia la bonita escena.

¿Por qué a mi nadie me regala flores? Se lamentó mentalmente, buscando qué había de malo en ella, tan concentrada en sus propios pensamientos que no advirtió que alguien la miraba con curiosidad del otro lado de la calle, dispuesto a sonreírle y hablarle, si ella volteara un instante a mirarlo.

Un total desconocido

Bueno, esto es algo así como una corrección + versión extendida de una de mis prácticas favoritas de Castellano II. Espero que no sea tan mala. Comenten, si quieren :). Historia remodelada gracias a los consejos de Rosi y David. ¡Muchas gracias!

Él se sentó en uno de los bancos de la solitaria plaza, a esperar que ella llegara, emocionado porque ese día por fin podría ponerle rostro a la voz, esa voz que escuchó por tanto tiempo. Subió el cierre de su chaqueta para abrigarse del frío vespertino, pero su intención no era otra que la de calmar un poco la ansiedad que lo atormentaba, mientras los minutos pasaban con una exasperante lentitud.

A unos diez kilómetros de la plaza estaba ella, atrapada en el tráfico de las seis de la tarde. Sus ojos vagaban de un lado a otro de la cabina del automóvil mientras tamborileaba los dedos en el volante. Llegaría tarde. Si había algo que ella detestaba en el mundo, era llegar tarde a cualquier sitio. Su mente era de esas que planifican cada segundo del día, y cuando algo se escapa de su control entran en un estado parecido a la histeria. Trató de calmarse pensando en cosas agradables, como el encuentro que la esperaba, y cómo fue que él llegó a su vida. Había sido algo tan simple como una llamada telefónica equivocada, que empezó a ocurrir con frecuencia y desencadenó algo parecido a una amistad. Para cuando se dio cuenta ya pasaba horas de su día hablando por teléfono con un total desconocido. Varias veces, incluso, llegó a olvidarse de preparar la cena, y tuvo que inventar excusas sobre la marcha para su esposo.

Su esposo.

El pensamiento se repitió varias veces en su cabeza al tiempo que jugaba con la argolla dorada en su dedo, hasta que entendió del todo lo que estaba apunto de hacer: encontrarse con otro hombre a escondidas. La culpa sustituyó a cualquier otra emoción que estuviese sintiendo. Iba a traicionar la confianza de la persona más importante en su vida, iba a envolverlos aún más en la mentira que estaban viviendo, en la rutina en que se habían vuelto cada uno de sus días, en los que nadie hablaba a menos que fuera necesario, donde los recuerdos del hombre de quien se enamoró parecían cada vez más lejanos, pero aún estaban allí, y una traición no significaría fallarle al hombre en que se convirtió, sino al de antañó, del que se enamoró.

Y el deseo de ver a otro se esfumó de su mente, pues la culpa era suficientemente grande como para impedirle actuar. Apenas pudo salir del estacionamiento en que se había convertido la autopista tomó el teléfono celular para llamar a su marido. Tenía tres llamadas perdidas, de aquel con quien planeó encontrarse, y que seguramente aún la esperaba. Las ignoró lo mejor que pudo y llamó al esposo, quien para esas horas ya salía del trabajo.

Una hora después estaban en un café, a mitad de una conversación tensa y mecánica como acostumbraban. Eso no era lo que ella quería. Decidieron salir a dar un paseo, como cuando eran novios, para "recordar viejos tiempos" como bien le refirió él. Ella sonreía y se veía más o menos contenta, o eso quiso creer su marido, para consolarse. El esposo la invitó a dar un paseo por la vieja plaza. Ella sólo asintió y sonrió, aunque el miedo la congeló en su sitio por un momento. Tenía miedo de llegar y ver a aquél que la había hecho dudar de su matrimonio, hace apenas un par de horas.

Todo el camino transcurrió en silencio, él estaba de verdad agotado por la jornada laboral, mientras ella, fría y pálida, pensó en la posibilidad de cruzarse por error con su amigo, pero lo descartó de inmediato: tendría que haber esperado demasiado.

Marido y mujer caminaron por la plaza tomados de la mano,  poco a poco, inmersos en historias y recuerdos que el tiempo parecía haber desvanecido, de una época más feliz, cuando la rutina y las obligaciones no habían desplazado al romance como prioridad, y por un momento, se encontraron como los jóvenes enamorados que un día fueron, perdidos en los ojos del otro. Ambos sintieron un aire de esperanza en la mirada del otro. Mientras tanto, a lo lejos, en el banco más alejado de la plaza, una figura delgada se levantaba y se iba a paso lento caminando por la acera. Ella lo vio, y en un instante supo que él era esa voz que había escuchado tantas veces, aunque él nunca se enteraría, pues él seguiría siendo un total desconocido.

Are we cool?

No pienso mentirte,
no hay razones para ser falsos,
y no hay espacio para fingir.

Supongo que esta es una clase de despedida,
aunque sea más simbólica que auténtica,
porque no leerás nunca estas líneas
porque te importa menos que a mí.
Pero, bueno
hagámoslo agua pasada
por los momentos bonitos que aún recuerdo,
y por dejar atrás todo lo malo.

Vamos a ser sinceros,
es difícil decir que no pensaré en tí,
o que esas canciones no llevarán tu nombre impreso.
 Pero hay momentos en los que seguir adelante es la mejor opción.

Así que me deshago del rencor y la nostalgia,
y prometo que está será la última vez.
Porque ahora mis letras no son tuyas.

Y aunque mis manos ardan
o se me ocurra la mejor composición de mi vida,
no la inspirarás tú,
no pensaré en tí al leerla,
o no la escribiré.

Después de todo, espero que seas feliz
y que tengas una bonita vida.

Si fuera el caso, te dedicaría esta canción:


A los sueños que mueren todos los días.

Y de nuevo entregó todas sus fuerzas al viento... O al menos una pequeña parte. Sólo la punta de sus dedos se unía con la cortina de brisa que entraba por la ventanilla del automóvil. Cerró los ojos y respiró profundamente, preocupándose sólo por sentir, por vivir el momento, como una vez prometió, en aquel tiempo en que sus días se llenaban de ilusiones, esas que tarde o temprano la vida misma se encarga de destruir. 

Se dio unos segundos para navegar en recuerdos libres de dolor, de una mano asiéndose a la suya con firmeza, de unos brazos fuertes en torno a su cintura, de ese dueño de su vida y de sus labios juntándose en una caricia, tan suaves como la brisa que aún tocaba la punta de sus dedos. Pero una parte de ella sabía, y le gritaba a la cara que nada de eso sería posible ya, que su vida de ensueño se había ido junto con él. Dejó salir un suspiro y se enderezó en el asiento trasero del automóvil, limpió la lágrima que escondían sus lentes oscuros, se acomodó la blusa del luto y aclaró la garganta para hablar:

-Señor, dé vuelta en el siguiente retorno. Ya no voy al cementerio -tomó aire para soltar todo de una vez-: lléveme al aeropuerto, por favor.

Tu ego me importa

Entre la gente y la locura,
entre el amor y la premura,
en el espacio que nos separa.
Donde mis dudas crecen,
donde me siento insegura,
hago lo que sea por atraparte.
¿Me veo bien?
¿Mi cabello y mi ropa, que tal están?
¿Soy suficientemente buena?

Déjame llenarme de artificios
porque no hay manera en que te guste siendo yo tan normal.

Una sonrisa casual
y asentir sin escuchar
porque si pensara no te gustaría.
Las niñas que hablan se quedan solas,
porque tienen cerebro,
y a nadie le gusta una chica inteligente.
¿Verdad?

Ahora dime, oh amor mío
¿Soy lo bastante superficial?
¿Me veo tan pequeña es comparación a tí?
Entonces, perfecto.
Tan tonta como para no golpear tu autoestima.
Tan pequeña como para no hacerte sentir inferior,
porque el bienestar de tu ego es más importante que yo.


Nunca subestimen al sarcasmo ;)
Mariela

Piedra de mar y sus cosas

"Y entonces no puedo escribir más. Me echo en la cama o me quedo mirando fijamente algún punto invisible del espacio, y pienso, hasta que no sé de mí; las ideas son como papagayos. Como papagayos que están sujetos a nosotros por hilos invisibles, y a veces hay demasiado viento y el viento los arrastra y se los lleva lejos. Tan lejos, que es difícil regresar y saber de mí. De este cuerpo y de este nombre. De mis necesidades y costumbres. Hay días que esas ideas se vuelven trenes, o caballos, o ciudades, que al volver a este cuarto, la mesa, la máquina, todo es insoportable.
Entonces temo que algún día el hilo invisible se rompa y quede convertido en papagayo, volando en el aire, sin saber nunca de mí ni de nadie." (Francisco Massiani - Piedra de mar).
Bueno, quería simplemente dejar esta cita y retirarme con estilo, pero no puedo, tengo que hablar a juro, tengo que opinar de este libro. 

Para empezar, apenas ahorita es que lo estoy leyendo (mi sección de Literatura tuvo problemas así que nunca nos mandaron a leer Piedra de mar). Sólo lo leo porque Rosi casi me pegó un zapatazo por la cabeza cuando le dije que no lo había leído y me dijo "¡Tienes que leerlo!" de un modo casi violento, pero mejor no hablemos de eso. El punto es que lo he leído muy esporádicamente y no lo he terminado, pero hasta ahora concuerdo con la opinión de la que casi me pega el zapatazo: el libro hasta ahora ha sido un bodrio. ¿Cómo alguien puede escribir de la misma forma en la que habla? Siento que estuvieran conversando conmigo en vez de relatándome una historia, es molesto. Y sé que a mucha gente le ha gustado el libro y todo lo demás, pero definitivamente, no es mi estilo. No es justo hacer juicios tan determinantes sin haber terminado el libro y estoy consciente de ello, pero no creo que la estructura narrativa vaya a cambiar para mejor antes del final del libro. De igual forma, en caso de que me llegue a gustar, lo admitiré públicamente, no sufro de problemas para disculparme o retractarme por lo que digo, pero como ya dije, dudo mucho que de aquí al final se convierta en una obra maestra de la literatura venezolana. 

En lo que respecta a la cita con la que abrí la publicación, ha sido casi lo único que me ha gustado del libro, me sentí identificada con cierta parte de ese fragmento. Bueno, además de eso,  me ha gustado la habilidad del protagonista (aún sin nombre para mí) para escribir casi en simultáneo al tiempo en que suceden las cosas, pero ya. Me parece un libro muy fastidioso. Es como la meca de la oralidad, me enferma un poco. Creo que lo mío son Cuentos de color (Manuel Díaz Rodríguez) y Los mártires (Fermín Toro), esos le llevan demasiada ventaja a esta obra, que a mi juicio se pasa de simplista y raya en lo aburrido. Punto.

¡Nos vemos!
Mariela

Como si nada

Los rayos del sol se filtraron por la ventana abierta, calentando de a poco su cuerpo. Sus brazos fuertes se envolvían en una delicada figura femenina, que no parecía inmutarse ante el calor de la mañana. Juan abrió los ojos lentamente, sofocado, y se encontró con el cabello castaño de la mujer que amaba, que se esparcía en suaves olas alrededor de la almohada y cubría la extensión de su cuello. Bajó la vista y comprobó que ambos seguían vestidos, ella con el sensual pero delicado vestido negro que usó la noche anterior, y él sólo con la camisa blanca y los pantalones del traje que llevó al matrimonio de su amigo.

Ambos cuerpos yacían cubiertos hasta la cintura con una sábana blanca, que se teñía del amarillo intenso de los rayos de luz que le hacían arder los ojos. Por un momento se sorprendió de que ella no se hubiese despertado aún, pero luego le restó importancia, pues cuando Mónica asistía a fiestas o se trasnochaba, su sueño perdía la ligereza habitual. Empezó a besar su hombro derecho con delicadeza, suficiente para no despertarla aún, maravillado en cada detalle de su cuerpo. Mientras rozaba la suave piel, recibió un par de recuerdos, como flashes, de la noche anterior. Impidió que los sucesos se instalaran en su memoria, y continuó su trayecto por los brazos de ella. Miró alrededor en la habitación y no vio más que la ropa en una silla, y un estado de orden inmaculado que antes no había. Trató de recordar, a pesar del dolor de cabeza, y la crudeza de las imágenes lo golpeó súbitamente, pero hizo como si no hubiese visto nada.

Como si no pudiera recrear en su cabeza la discusión. Como si no escuchara los gritos de ambos, alterados. Como si no hubiese sentido las manos de Mónica forcejear contra las suyas, que se cernían con fuerza sobre su cuello. Como si no la hubiese visto morir lentamente.

Sus caricias llegaron hasta las manos de Mónica, pálidas y frías, mientras Juan intentaba no recordar nada, y poder seguir abrazando aquel cuerpo vacío por el mayor tiempo posible.
Hacer de mis males un chiste puede que no esté bien. 

Pero al menos me hace reír.

:)




La vida continúa



            A veces me gusta pensar en mí como una especie de ente omnipresente, aunque sea para engañarme un rato, para matar el tedio que viene después de la nada, para tener algo más en qué pensar que no seas tú, en las ilusiones rotas y en lo que se siente verte recuperarte de a poco de lo que alguna vez sentiste.
            Yo, aunque no me lo hayas preguntado, sigo sentada en la banca de siempre ¿Sabes cuál? La que está frente al café de la quinta. La misma desde donde te veo pasar todos los días, con la cabeza baja y las manos en los bolsillos, mientras evitas a toda costa mirar a la calle, para no tropezarte con mi recuerdo. Cómo me gustaría que algún día fueras capaz de pasar como siempre, sentarte en el café que ya no frecuentas solo, pedir un capuchino y disfrutarlo con una sonrisa, en mi honor. Pero también sé que ya no pasará, no después de ayer.
            Te esperé como siempre, ansiosa pero serena, con la certeza de saber que pasarías como todos los días, cabizbajo y pensativo, o tal vez sonriente, cruzarías en la esquina y de a poco vería tu silueta desdibujarse hasta desaparecer en la curva. Ayer, me entretuve como todos los días, mirando a quienes pasaban, tratando de descubrir que había tras los rostros, quien saldría después del trabajo o quién tendría una preocupación fatal encima. Con la misma fórmula había descubierto adulterios, robos, amores secretos e inclusive un par de asesinatos. Podría decirse que me sobraba tiempo.
            Y ahí estabas. Lo primero que vi fue tu chaqueta gris asomarse desde la tercera calle, avanzando con el mismo paso lento y acompasado de siempre, y sonreí, aunque no estuvieses allí para verlo. Paso a paso, no despegué la vista de tus andares, que aunque habían perdido la gracia de aquellos días en que eras feliz, a estas alturas ya parecían algo más propio de un hombre en sus veintes. Ya ibas cruzando la intersección de la calle cuarta cuando mi sonrisa creció a niveles insospechados, ya estabas más cerca. Una ráfaga de viento despeinó tu cabello oscuro, pero no pareciste darte cuenta, seguiste caminando.
            Cuando pisaste la acera de la calle quinta, una sonrisa, una verdadera, se instaló en tus labios. Era esa misma sonrisa la que desde hace un mes venía viendo cada vez que pisabas la acera, a la misma hora de la mañana, cuando mirabas al final de la calle para confirmar que allí estaba ella. Una guapa morena que te sonreía cuando se cruzaban a mitad de la acera, justo frente a mi banca. Un encuentro casual, pero que parecía casi cronometrado, y del que yo era testigo todos los días. No negaré que me hizo sentir mal en un principio, pero luego entendí que ella podía ser lo que yo no fui, lo que no pude ser, lo que ya no sería.
            Me permití quitar mi vista de ti, para mirarla: se arreglaba las puntas de los rizos marrones, preparándose a sí misma para verte. Definitivamente, no le eras indiferente. Me reí en voz baja, cómplice del momento que estaban a punto de vivir. Caminaste hacia donde ella estaba, mientras tratabas de no verla directamente, al menos no desde tan lejos, cuando pasó algo que quizás ninguno de los dos esperaba: tu mirada se atrevió a ir al otro lado de la calle, justo hasta donde yo estaba sentada, y pude sentir que me mirabas, o al menos imaginar cómo se sentiría si pudieras. Y créeme, que en ese instante deseé ser visible para ti, deseé que pudieras verme sonreírte de verdad, deseé estar viva. Tu mirada se congeló en mí, en el sitio donde estaba sentada, tu expresión en shock, mientras seguías caminando ¿De verdad me habrías visto? Para el momento en que me formulé esa pregunta, tu cuerpo chocaba con otro sin la suficiente fuerza para caer, pero sí para hacerte reaccionar.
—Disculpa, de verdad, no fue… Yo iba —te interrumpiste a media frase cuando viste quién era. Ella, que te sonreía mientras se frotaba la frente con una mano. No pudiste evitar regresarle una sonrisa igual.
—Tranquilo, yo iba despistada también —mintió rápidamente—. Pero si lo lamentas mucho, tal vez un buen café lo compense.
—Estaba a punto de sugerir exactamente lo mismo —ofreciste con la sonrisa más sincera que te hubiese visto en mucho tiempo. Señalaste hacia el pequeño café que tenían detrás, y abriste la puerta para ella. Te quedaste un momento más con la puerta abierta, miraste en mi dirección con una expresión que yo conocía: culpa. Supe de inmediato que te sentías culpable por seguir adelante, por dejar atrás mi recuerdo y tratar de ser feliz, y aunque no había forma alguna en que me escucharas, decidí hablarte.
—La vida continúa para tí. No dejaré de amarte, nunca. Sólo quiero que seas feliz, por mí, por todo lo que alguna vez soñamos… Por ti. Vive —tú seguiste allí, un par de segundos más, ajeno a lo que había dicho, sólo mirando. Suspiraste y entraste para reunirte con la mujer que te haría sentir feliz, completo de nuevo.
            —Te amo —susurré mientras una lágrima inexistente se deslizaba por mi cara.

Esto quedó bastante extenso. Terminando de escribir a las 4:03am. No está ni siquiera revisado aún, en cuanto lo edite actualizaré :D
Mariela

Reconocer

Hace días, volví a verte. Después de tanto tiempo, después de haber creído que no volveríamos a cruzarnos, viene el azar y desbarata mis pronósticos.

Aunque no me enorgullezca decirlo, te reconocí desde lejos. Parece que el tiempo no ha bastado para llevarse de mi mente tu altura, tu contextura y la forma en que solías verte.

Ahora estás casi igual, pero con uno que otro cambio. Nada malo, sólo diferente. Entre un par de sonrisas y abrazos se nos fueron unos segundos, entre protocolo y modales un par de minutos, hasta que la conversación empezó a fluir, hilada y simple, como si nada. En algún punto, creí volver a ver al mismo amigo de antaño.

Para serte sincera, ya no siento nada. Y lo sé. Lo comprobé. Entre tema y tema de conversación, mientras me contabas de tu vida y yo reía con anécdotas que rellenaron los espacios de las preguntas que nadie hizo. Por alguna razón, nadie habló del pasado, y no es sino hasta ahora que escribo que me doy cuenta que no recordamos nada de lo viejo. ¿No quisimos o tuvimos miedo?

Unos minutos para reencontrarnos, para reconocernos, para presentarnos de nuevo y conocer lo que antes no había, o que no queríamos ver. Finalmente, nos despedimos con promesas, que volveríamos a hablar, que tal vez uno de estos días nos veríamos de nuevo. Yo recordé que había algún sitio al que tenía que ir en un principio.

De camino, con una brisa mañanera que jugaba con los bordes de mi ropa y tocaba la punta de mis dedos, sonreí. Le sonreí a la nada, al vacío, pensando que ya no quedaba nada pendiente. Página pasada.

Aunque, para ser fiel a la verdad, entendí qué fue aquello que ví en ti, que últimamente parecía haberse desdibujado de mi memoria.

Y, te quiero, a pesar de todo. No de la misma forma, no con las mismas intenciones, ni con la misma intensidad ciega de quien no conoce límites. Pero te quiero.

Otra historia

-¿Mucho rato esperando? -fue lo primero que se me ocurrió preguntarle, como buscando la manera de añadirle humor a su semblante.

-¡Nooo! -dijo con un tonito sarcástico y una sonrisa en los labios. Una sonrisa por conveniencia, por buenos modales, de esas que nadie se cree, porque no llega a los ojos. Estos ojos estaban secos, tristes y resignados de alguna manera. Yo lo sabía, fue lo primero que noté, pero no comenté nada al respecto. Sólo dejé que hablara, que me contara lo que pasaba, al fin y al cabo, estaba consciente de que eso sería algo así como una despedida.

-¿Cuándo te vas? -inquirí. Sin rodeos, sin anestesia. Un duro golpe de realidad directo a la cara. Un vacío me encogió el estómago y me pregunté si no habría sido muy dura, mientras jugaba con mi cartera en las manos.

-Jueves en la noche o viernes temprano. Esta noche preparo mis maletas -respondió con una voz casi mecánica, como quién ya ha dado la misma respuesta varias veces. A partir de allí, sus barreras fueron cayendo cada vez más, mientras entre tema y tema de conversación, se le escapaba su nombre asociado a algún recuerdo lindo. Yo sonreía, aunque luego recordara la situación por la que él estaba pasando.

-Dile que quieres conocer a Bruno, para que te lo baje uno de estos días -me dijo refiriéndose al oso de peluche que le regaló en una ocasión especial. Una que otra lágrima se permitía entre diferentes anécdotas, de un tiempo alegre, y pasado. Traté un sinfín de veces de desviar el tema, de hacerlo sonreír, pero inevitablemente volvíamos al punto de partida, ella.

-Ella te quiere, yo lo sé, la conozco. Sólo... no es el momento -le ofrecí a modo de consuelo, pues tampoco estaba muy segura de eso. Ella era una de mis más grandes amigas, y para ser fiel a la verdad, ella no estaba ni la mitad de mal que él. Pero yo no podía decírselo, no ahora.

-Deberías hablar con ella, decirle que te vas -insistí, aunque ya supiera su respuesta.

-No puedo, si la veo yo... -su garganta se cerró y la voz se le fue de momento- si la veo, no voy a poder irme.

-Me siento como la peor amiga del mundo -confesé-. Debería decírselo yo misma.

-No le digas nada, por favor. No quiero que lo sepa, dile después de que me vaya... Vamos a desembarcar en Bahía Blanca -soltó de repente y no entendí a qué se refería, por lo que tuve que preguntarle qué tenía de especial el lugar.

-Ahí va gente de todo el mundo a casarse ¿Y, sabes? Una vez dijimos que nos casaríamos ahi.

Bueno, esta clase de cosas no le pasan a todo el mundo, sólo a los más afortunados... y a los más tontos. Pensé cuando estuvimos apunto de despedirnos.

-Cuídate mucho -le dije, abrazándolo. Me correspondió el abrazo, se despidió de mi y cruzó la calle. 

Yo dí la vuelta, y desde entonces, algo me decía que no lo volvería a ver... Justo ahora debe estar lejos, pensando en ella... Y si me preguntan por ella, pues... Ni enterada está.

De todo y de nada en especial

Hoy, de nuevo me senté frente a mi amiga Lenovo sin saber qué escribir. En el mundo siguen pasando cosas: un mundial en Sudáfrica, un nuevo presidente en Colombia, otro mundial aquí mismo, comida vencida, Bola Pepsi, pasividad, MALDITO BP, América clasificó casi en su totalidad a los octavos de final (RIP Honduras), crisis económica, ahora sí sé que pasa en Grecia, sé quién es Jacinto Convit, y no sé un sinfín de cosas que pasan frente a mis narices. Tampoco sé cuántos hijos ha tenido la vecina de enfrente, ni mucho menos si Fulana engañó a Sutanito con una mujer. Como diría Cielo Latini en Abzurdah: "I couldn't care less"... Hoy me vestí con un short manchado y una camisa medio-rota (sí, estar en casa se siente divino), miles de cosas están pasando a mi alrededor, pero sencillamente parece que no tengo nada decente qué decir. Tal vez finalmente está pasando lo que me temí... Esperemos que no, no puedo ser tan pesimista.

Creo (o trato de justificarme con) que estoy pasando por una fase de "conocimiento a priori" brutal. La novela que viven las personas cercanas a mi (personaS, en un gigantesco y extensivo plural) puede que esté afectando mi propia realidad, es cómo tienes tanto con qué trabajar que nada parece lo suficientemente bueno, o algo así. No sé... O tal vez sólo sea otra crisis existencial.

Ya, me harté... Parece que en mi casa nadie entiende que no puedo dejar un escrito a la mitad, que todo sale de una vez, o no sale. No jodan. Me voy a comer. Ya me cortaron la insignificante idea que podía estar formándose en algún sitio de mi mente a velocidad de caracol enyesado.

Mariela

PD: Les debo un post acerca de la circunsición en animales artróprodos después del primer trimestre de gestación. No pregunten.

Carta a un caballero

Me pregunto qué diría usted, señor,
a las inquietudes mundanas de esta servidora.
Qué respondería ahora en un acalorado debate,
o simplemente que pensaría de los artilugios que no suelto.
¿Distinguiría tal vez la cadencia distinta que tiene mi hablar?
¿O seguiría tan auto-absorbido como de costumbre?
Un año suele bastar para hacer cambiar hasta al más aferrado,
ni hablemos de los camaleones como nosotros.

Entonces yo no sabré que espera usted de mí al llegar,
más le advierto, que no seré lo que espera encontrar,
ni aquello que la última vez dejó.
A veces no se quién soy,
a veces me pierdo en el mismo sitio,
y aunque quisiera no tener que admitirlo,
se le extraña, caballero.

Más he de lamentar,
en unas líneas que no leerá
tener que decirlo,
pero para quien no doblegará el orgullo
no existe alternativa más que la catarsis.

Hasta la próxima visita, pues, caballero de mis desdichas
siéntase complacido con la corta confesión,
y aunque tardía, la felicitación
llegue directo a su alma,
a su conciencia,
y de su experiencia 
sepa sacar la lección que necesita.

Hasta la próxima lágrima.

Una noche especial

          Un comedor perfectamente arreglado, la mesa cubierta con un suave mantel azul, a juego con la decoración del ambiente. Pequeñas velas de aroma —azules también— yacían encendidas aún encima de la mesa, la llama apunto de extinguirse, la cera chorreando de a poco el mantel, como el recuerdo de la velada alegre que nunca había sido.

          Él recorrió por octava vez el pequeño espacio de la habitación, una que antes había sido de dos, y que a partir de ahora sólo sería suya. Recordó los pequeños instantes de felicidad allí vividos, y en vano hizo el intento de contener las lágrimas. Se sentía herido, traicionado, pero por sobretodo se veía a sí mismo como un idiota, incapaz de ver más allá de lo que está frente a él. Maldijo mil veces el día en que ella se cruzó en su camino, y entre blasfemia y blasfemia finalmente cayó dormido, víctima del cansancio.

          Ella no sabía dónde se encontraba, ni quería averiguarlo. Sólo era consciente de estar sentada en un banco y del llanto que no paraba, en forma de sollozos imposibles de callar. Rememoró, aunque doliera, la escena de esa noche al llegar a casa, donde no quería nada más que llegar al apartamento con el hombre que amaba, comer y dormir en sus brazos, como consuelo por el difícil día de trabajo, pero no encontró nada de lo que esperaba. Encontró la sala-comedor especialmente decorada, y detalló cada pequeña cosa que él había preparado para ella. Él le ayudo a quitarse la chaqueta, y ella susurró un “gracias”, como parte de la costumbre entre ambos. Se instalaron en el sofá antes de comer, para relajarse y conversar.

          —¿Qué tal la reunión, flaca? ¿Muy pesada la tipa? —preguntó él, curioso por saber de la nueva socia de su novia.

          —Bueno, él… —dudó por un momento antes de corregir— digo, ella, no es tan pesada, creo que nos irá bien.

          Ella sabía bien que si le decía que su nuevo socio era hombre, su novio estallaría en celos, como de costumbre, y una pelea empezaría, por lo que trató de evitar el conflicto con una mentira que él había captado y que de inmediato alimentó sus sospechas. Si no hubiera sido por aquella palabra, no habría ocurrido tal confusión. Si ella hubiese sido sincera, él tal vez habría tomado las cosas con calma, pero esa simple mentira hizo que su mente corriera a mil, imaginando adulterios inexistentes y salidas clandestinas. Hubo discusiones, lágrimas, gritos e incluso amenazas, hasta que ella decidió salir de aquel lugar, sintiéndose estúpida y herida, prometiéndose a sí misma no volver a pisar ese lugar. Otra lágrima bajó por su mejilla mientras el frío de la noche la hacía estremecer de nuevo. 

No lo leas, es en serio...

En una de esas conversaciones al azar y sin demasiado sentido, algún amigo que no recuerdo quién fue, me contó de una de esas ideas locas y graciosas que todo el mundo tiene de vez en cuando. Umm, ahora que lo recuerdo, creo que me lo han contado varias personas y todas querrían poder ponerla en práctica, es la simple idea de poder teletransportarte de un sitio a otro. Ya sé, todo el mundo se fue al capítulo de The Big Bang Theory donde Sheldon teoriza sobre la teletransportación. También me gustó ese capítulo, pero no es de eso que voy a hablar en este post. También sé que soy la única desocupada que se pone a pensar en serio en cosas que no sabemos si algún día puedan lograrse, pero en fin, creo que es parte de la intensidad que me caracteriza.

El asunto de todo es que me pregunté cómo sería si de verdad pudiéramos teletransportarnos de un sitio a otro. Por un lado lo encontré muy cómodo para mi rutina: nada de colas, ni las acostumbradas 3 horas de viaje diarias, ni metro abarrotado de gente, ni pies cansados al final del día. Todo lindo hasta acá... Pero luego me dí cuenta de que eso de llegar al lugar que quiero de inmediato eliminaría toda posibilidad de perderme y acabaría poco a poco con todo lo que soy. Dejaría de ser la persona que soy, perdería mis gustos propios, dejaría de criticar lo que veo, cedería el control de mi mente y dejaría que otros pensaran por mí. Si pudiera teletransportarme, dejaría de ver lo que veo cada día: dejaría de ver a la gente y sus problemas desde una ventana de autobús, dejaría de observar la conducta de quiénes me rodean y perdería el instinto de supervivencia, dejaría de sonreirle a los amaneceres y a los cielos claros, dejaría de huir de la lluvia de vez en cuando, dejaría de mirar las montañas, las nubes, las aves, los edificios. Dejaría de importarme lo que hay más allá de lo poco que conozco y mis sueños se evaporarían poco a poco, hasta que ya no quedara deseo alguno de conocer aquello que no he podido, porque ya tendría todo lo que necesito. Si pudiera llegar a donde quisiera, ya no querría llegar a ninguna parte, sólo por el hecho de que ya puedo. Cuanto más fuerte tenga que luchar por algo, más soñaré con conseguirlo y más duro trabajaré por ello... Y si ya puedo tenerlo ¿Para qué esforzarme en alcanzarlo? 

Pues bien, la teletransportación no haría más que simplificar mi vida a tal punto que no querría hacer nada y que dejaría de apreciar lo que tengo a mi alrededor. Así que déjenme, con mi cansancio vespertino y mi quejadera permanente, porque es ese caminar, el transitar solitario, el enfrentarme con la calle a diario es lo que me sensibiliza, me mantiene alerta y me ayuda a ver las cosas pequeñas, lo que me hace sonreír con un rayito de sol y que me hace querer capturar una sonrisa solitaria en una fotografía. Si ya no recorriera, no podría perderme y volver a encontrar el camino correcto, ni siquiera podría explorar más allá de mis propios límites. Así que pueden encontrar la manera, pero nunca nada suplantará la esencia de algo tan relajante como caminar, y seré quizás la anticuada de los próximos años, pero nunca accederé a dejar de ser quien soy, nunca dejaré de moverme a una velocidad en la que todavía pueda mirar alrededor, simplemente no dejaré de ser... ¡Nunca!

Buh-bye!
Mariela :)