RSS

Tu ego me importa

Entre la gente y la locura,
entre el amor y la premura,
en el espacio que nos separa.
Donde mis dudas crecen,
donde me siento insegura,
hago lo que sea por atraparte.
¿Me veo bien?
¿Mi cabello y mi ropa, que tal están?
¿Soy suficientemente buena?

Déjame llenarme de artificios
porque no hay manera en que te guste siendo yo tan normal.

Una sonrisa casual
y asentir sin escuchar
porque si pensara no te gustaría.
Las niñas que hablan se quedan solas,
porque tienen cerebro,
y a nadie le gusta una chica inteligente.
¿Verdad?

Ahora dime, oh amor mío
¿Soy lo bastante superficial?
¿Me veo tan pequeña es comparación a tí?
Entonces, perfecto.
Tan tonta como para no golpear tu autoestima.
Tan pequeña como para no hacerte sentir inferior,
porque el bienestar de tu ego es más importante que yo.


Nunca subestimen al sarcasmo ;)
Mariela

Piedra de mar y sus cosas

"Y entonces no puedo escribir más. Me echo en la cama o me quedo mirando fijamente algún punto invisible del espacio, y pienso, hasta que no sé de mí; las ideas son como papagayos. Como papagayos que están sujetos a nosotros por hilos invisibles, y a veces hay demasiado viento y el viento los arrastra y se los lleva lejos. Tan lejos, que es difícil regresar y saber de mí. De este cuerpo y de este nombre. De mis necesidades y costumbres. Hay días que esas ideas se vuelven trenes, o caballos, o ciudades, que al volver a este cuarto, la mesa, la máquina, todo es insoportable.
Entonces temo que algún día el hilo invisible se rompa y quede convertido en papagayo, volando en el aire, sin saber nunca de mí ni de nadie." (Francisco Massiani - Piedra de mar).
Bueno, quería simplemente dejar esta cita y retirarme con estilo, pero no puedo, tengo que hablar a juro, tengo que opinar de este libro. 

Para empezar, apenas ahorita es que lo estoy leyendo (mi sección de Literatura tuvo problemas así que nunca nos mandaron a leer Piedra de mar). Sólo lo leo porque Rosi casi me pegó un zapatazo por la cabeza cuando le dije que no lo había leído y me dijo "¡Tienes que leerlo!" de un modo casi violento, pero mejor no hablemos de eso. El punto es que lo he leído muy esporádicamente y no lo he terminado, pero hasta ahora concuerdo con la opinión de la que casi me pega el zapatazo: el libro hasta ahora ha sido un bodrio. ¿Cómo alguien puede escribir de la misma forma en la que habla? Siento que estuvieran conversando conmigo en vez de relatándome una historia, es molesto. Y sé que a mucha gente le ha gustado el libro y todo lo demás, pero definitivamente, no es mi estilo. No es justo hacer juicios tan determinantes sin haber terminado el libro y estoy consciente de ello, pero no creo que la estructura narrativa vaya a cambiar para mejor antes del final del libro. De igual forma, en caso de que me llegue a gustar, lo admitiré públicamente, no sufro de problemas para disculparme o retractarme por lo que digo, pero como ya dije, dudo mucho que de aquí al final se convierta en una obra maestra de la literatura venezolana. 

En lo que respecta a la cita con la que abrí la publicación, ha sido casi lo único que me ha gustado del libro, me sentí identificada con cierta parte de ese fragmento. Bueno, además de eso,  me ha gustado la habilidad del protagonista (aún sin nombre para mí) para escribir casi en simultáneo al tiempo en que suceden las cosas, pero ya. Me parece un libro muy fastidioso. Es como la meca de la oralidad, me enferma un poco. Creo que lo mío son Cuentos de color (Manuel Díaz Rodríguez) y Los mártires (Fermín Toro), esos le llevan demasiada ventaja a esta obra, que a mi juicio se pasa de simplista y raya en lo aburrido. Punto.

¡Nos vemos!
Mariela

Como si nada

Los rayos del sol se filtraron por la ventana abierta, calentando de a poco su cuerpo. Sus brazos fuertes se envolvían en una delicada figura femenina, que no parecía inmutarse ante el calor de la mañana. Juan abrió los ojos lentamente, sofocado, y se encontró con el cabello castaño de la mujer que amaba, que se esparcía en suaves olas alrededor de la almohada y cubría la extensión de su cuello. Bajó la vista y comprobó que ambos seguían vestidos, ella con el sensual pero delicado vestido negro que usó la noche anterior, y él sólo con la camisa blanca y los pantalones del traje que llevó al matrimonio de su amigo.

Ambos cuerpos yacían cubiertos hasta la cintura con una sábana blanca, que se teñía del amarillo intenso de los rayos de luz que le hacían arder los ojos. Por un momento se sorprendió de que ella no se hubiese despertado aún, pero luego le restó importancia, pues cuando Mónica asistía a fiestas o se trasnochaba, su sueño perdía la ligereza habitual. Empezó a besar su hombro derecho con delicadeza, suficiente para no despertarla aún, maravillado en cada detalle de su cuerpo. Mientras rozaba la suave piel, recibió un par de recuerdos, como flashes, de la noche anterior. Impidió que los sucesos se instalaran en su memoria, y continuó su trayecto por los brazos de ella. Miró alrededor en la habitación y no vio más que la ropa en una silla, y un estado de orden inmaculado que antes no había. Trató de recordar, a pesar del dolor de cabeza, y la crudeza de las imágenes lo golpeó súbitamente, pero hizo como si no hubiese visto nada.

Como si no pudiera recrear en su cabeza la discusión. Como si no escuchara los gritos de ambos, alterados. Como si no hubiese sentido las manos de Mónica forcejear contra las suyas, que se cernían con fuerza sobre su cuello. Como si no la hubiese visto morir lentamente.

Sus caricias llegaron hasta las manos de Mónica, pálidas y frías, mientras Juan intentaba no recordar nada, y poder seguir abrazando aquel cuerpo vacío por el mayor tiempo posible.
Hacer de mis males un chiste puede que no esté bien. 

Pero al menos me hace reír.

:)




La vida continúa



            A veces me gusta pensar en mí como una especie de ente omnipresente, aunque sea para engañarme un rato, para matar el tedio que viene después de la nada, para tener algo más en qué pensar que no seas tú, en las ilusiones rotas y en lo que se siente verte recuperarte de a poco de lo que alguna vez sentiste.
            Yo, aunque no me lo hayas preguntado, sigo sentada en la banca de siempre ¿Sabes cuál? La que está frente al café de la quinta. La misma desde donde te veo pasar todos los días, con la cabeza baja y las manos en los bolsillos, mientras evitas a toda costa mirar a la calle, para no tropezarte con mi recuerdo. Cómo me gustaría que algún día fueras capaz de pasar como siempre, sentarte en el café que ya no frecuentas solo, pedir un capuchino y disfrutarlo con una sonrisa, en mi honor. Pero también sé que ya no pasará, no después de ayer.
            Te esperé como siempre, ansiosa pero serena, con la certeza de saber que pasarías como todos los días, cabizbajo y pensativo, o tal vez sonriente, cruzarías en la esquina y de a poco vería tu silueta desdibujarse hasta desaparecer en la curva. Ayer, me entretuve como todos los días, mirando a quienes pasaban, tratando de descubrir que había tras los rostros, quien saldría después del trabajo o quién tendría una preocupación fatal encima. Con la misma fórmula había descubierto adulterios, robos, amores secretos e inclusive un par de asesinatos. Podría decirse que me sobraba tiempo.
            Y ahí estabas. Lo primero que vi fue tu chaqueta gris asomarse desde la tercera calle, avanzando con el mismo paso lento y acompasado de siempre, y sonreí, aunque no estuvieses allí para verlo. Paso a paso, no despegué la vista de tus andares, que aunque habían perdido la gracia de aquellos días en que eras feliz, a estas alturas ya parecían algo más propio de un hombre en sus veintes. Ya ibas cruzando la intersección de la calle cuarta cuando mi sonrisa creció a niveles insospechados, ya estabas más cerca. Una ráfaga de viento despeinó tu cabello oscuro, pero no pareciste darte cuenta, seguiste caminando.
            Cuando pisaste la acera de la calle quinta, una sonrisa, una verdadera, se instaló en tus labios. Era esa misma sonrisa la que desde hace un mes venía viendo cada vez que pisabas la acera, a la misma hora de la mañana, cuando mirabas al final de la calle para confirmar que allí estaba ella. Una guapa morena que te sonreía cuando se cruzaban a mitad de la acera, justo frente a mi banca. Un encuentro casual, pero que parecía casi cronometrado, y del que yo era testigo todos los días. No negaré que me hizo sentir mal en un principio, pero luego entendí que ella podía ser lo que yo no fui, lo que no pude ser, lo que ya no sería.
            Me permití quitar mi vista de ti, para mirarla: se arreglaba las puntas de los rizos marrones, preparándose a sí misma para verte. Definitivamente, no le eras indiferente. Me reí en voz baja, cómplice del momento que estaban a punto de vivir. Caminaste hacia donde ella estaba, mientras tratabas de no verla directamente, al menos no desde tan lejos, cuando pasó algo que quizás ninguno de los dos esperaba: tu mirada se atrevió a ir al otro lado de la calle, justo hasta donde yo estaba sentada, y pude sentir que me mirabas, o al menos imaginar cómo se sentiría si pudieras. Y créeme, que en ese instante deseé ser visible para ti, deseé que pudieras verme sonreírte de verdad, deseé estar viva. Tu mirada se congeló en mí, en el sitio donde estaba sentada, tu expresión en shock, mientras seguías caminando ¿De verdad me habrías visto? Para el momento en que me formulé esa pregunta, tu cuerpo chocaba con otro sin la suficiente fuerza para caer, pero sí para hacerte reaccionar.
—Disculpa, de verdad, no fue… Yo iba —te interrumpiste a media frase cuando viste quién era. Ella, que te sonreía mientras se frotaba la frente con una mano. No pudiste evitar regresarle una sonrisa igual.
—Tranquilo, yo iba despistada también —mintió rápidamente—. Pero si lo lamentas mucho, tal vez un buen café lo compense.
—Estaba a punto de sugerir exactamente lo mismo —ofreciste con la sonrisa más sincera que te hubiese visto en mucho tiempo. Señalaste hacia el pequeño café que tenían detrás, y abriste la puerta para ella. Te quedaste un momento más con la puerta abierta, miraste en mi dirección con una expresión que yo conocía: culpa. Supe de inmediato que te sentías culpable por seguir adelante, por dejar atrás mi recuerdo y tratar de ser feliz, y aunque no había forma alguna en que me escucharas, decidí hablarte.
—La vida continúa para tí. No dejaré de amarte, nunca. Sólo quiero que seas feliz, por mí, por todo lo que alguna vez soñamos… Por ti. Vive —tú seguiste allí, un par de segundos más, ajeno a lo que había dicho, sólo mirando. Suspiraste y entraste para reunirte con la mujer que te haría sentir feliz, completo de nuevo.
            —Te amo —susurré mientras una lágrima inexistente se deslizaba por mi cara.

Esto quedó bastante extenso. Terminando de escribir a las 4:03am. No está ni siquiera revisado aún, en cuanto lo edite actualizaré :D
Mariela

Reconocer

Hace días, volví a verte. Después de tanto tiempo, después de haber creído que no volveríamos a cruzarnos, viene el azar y desbarata mis pronósticos.

Aunque no me enorgullezca decirlo, te reconocí desde lejos. Parece que el tiempo no ha bastado para llevarse de mi mente tu altura, tu contextura y la forma en que solías verte.

Ahora estás casi igual, pero con uno que otro cambio. Nada malo, sólo diferente. Entre un par de sonrisas y abrazos se nos fueron unos segundos, entre protocolo y modales un par de minutos, hasta que la conversación empezó a fluir, hilada y simple, como si nada. En algún punto, creí volver a ver al mismo amigo de antaño.

Para serte sincera, ya no siento nada. Y lo sé. Lo comprobé. Entre tema y tema de conversación, mientras me contabas de tu vida y yo reía con anécdotas que rellenaron los espacios de las preguntas que nadie hizo. Por alguna razón, nadie habló del pasado, y no es sino hasta ahora que escribo que me doy cuenta que no recordamos nada de lo viejo. ¿No quisimos o tuvimos miedo?

Unos minutos para reencontrarnos, para reconocernos, para presentarnos de nuevo y conocer lo que antes no había, o que no queríamos ver. Finalmente, nos despedimos con promesas, que volveríamos a hablar, que tal vez uno de estos días nos veríamos de nuevo. Yo recordé que había algún sitio al que tenía que ir en un principio.

De camino, con una brisa mañanera que jugaba con los bordes de mi ropa y tocaba la punta de mis dedos, sonreí. Le sonreí a la nada, al vacío, pensando que ya no quedaba nada pendiente. Página pasada.

Aunque, para ser fiel a la verdad, entendí qué fue aquello que ví en ti, que últimamente parecía haberse desdibujado de mi memoria.

Y, te quiero, a pesar de todo. No de la misma forma, no con las mismas intenciones, ni con la misma intensidad ciega de quien no conoce límites. Pero te quiero.