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Rosas

Caían los rayos del sol, intensos, cegadores, típicos de una tarde de verano en Vargas. Pocos transeúntes se veían a lo largo de la calle, andando a paso rápido, huyendo del calor al que sólo una suave brisa le daba batalla. 

Todo a su alrededor estudió ella, con la paciencia casi al borde de la inexistencia, para aguantar la voluntad de esperar a su amiga, quien ya pasaba los quince minutos de retraso. Miradas extrañadas, curiosas y hasta hostiles recibió allí, en el campus de una universidad que no era la suya. En este campus reinaba el orden y la disciplina, por sobre todas las cosas, no había demasiado espacio para la espontaneidad ni las opiniones, e inclusive las personalidades se escondían tras un mismo uniforme. El rango hacía el poder, y el camino la voluntad para pisotear con gusto al que está por debajo. El ambiente de rigidez que se respiraba la hacía querer salir de ese sitio lo más pronto posible.

Lanzaba miradas frecuentes a la entrada, el pie derecho repiqueteaba con una cadencia cada vez más rápida sobre el cemento. Refunfuñó un par de palabras por lo bajo, definitivamente, no estaba de buen humor.

Otro vistazo a la entrada captó su atención: un muchacho, estudiante, a juzgar por el uniforme, sonreía con un matiz peculiar, el mismo del que se tiñen las ilusiones y los ideales románticos, mientras sostenía en las manos un modesto ramo con 4 rosas: tres blancas, pequeñas, y una roja en el centro, rodeadas con flores más pequeñas de diferentes colores como complemento. Ella se distrajo lo suficiente en la expresión del muchacho para no notar a la joven que caminaba hacia él, con sonrisa y mirada igual de brillantes, sorprendida por el gesto inesperado del muchacho. La pareja se abrazó en un momento muy dulce, y hasta ella, en su estado de agitación y mal humor, tuvo que enternecerse. La muchacha tomó las rosas en una mano con delicadeza, y se acercó para dejar un beso en los labios de él. Ella sintió la necesidad de mirar hacia otro lado, para no interferir con la intimidad y ternura del momento, aunque también con la imperiosa necesidad de no sentir envidia hacia la bonita escena.

¿Por qué a mi nadie me regala flores? Se lamentó mentalmente, buscando qué había de malo en ella, tan concentrada en sus propios pensamientos que no advirtió que alguien la miraba con curiosidad del otro lado de la calle, dispuesto a sonreírle y hablarle, si ella volteara un instante a mirarlo.

1 comentarios:

Rosi dijo...

¡Qué bonito cuando te encuentras un LGMH! A veces la envidia es algo que no podemos evitar, pero sonreír y buscar por una mirada cálida está permitido :)
Bonito, aunque hay una parte en la que te perdiste la habilidad de mantener el referente, aquí: "Se abrazaron en un momento muy dulce, que hasta ella, en su estado de agitación..."
Fantástico <3

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